
Siempre hay una whisky por cada pena, un silencio por cada frase bonita, un after para hacerte el amor y un café para arreglarlo todo. Y encontrarlo es tan difícil como encontrarte en casa, triste, llorando por mi o por cualquiera. Porque no has dejado de ser el de los bares de Malasaña, el de las sonrisas a extrañas, el de los whiskys por las mañanas. Ni yo dejaré de ser aquella sirena que, en Madrid, encontró un mar libre en tus copas, para luego perderlo. Caminábamos juntos por la noche capitalina, tal vez a un hotel, a fundir algo más que el minibar. Era perfecto, y no digas que no. Ahora intento olvidar aquel día de lluvia, que por cogerte de la mano, perdí de vista el mar.
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